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Agnes nació el 1 de junio de 1773 en Stirling (Escocia), en el seno de
una familia humilde. Desde una edad muy temprana, se dedicó al servicio
doméstico y, no obstante las circunstancias tan desfavorables en las que
creció y la escasa educación recibida, manifestó amor por los libros y
llegó a ser una excelente lectora. Cuando tenía alrededor de los quince
años de edad, sus padres se trasladaron a Edimburgo, donde la joven
continuó su actividad como asistenta en diversos hogares. Finalmente,
entró a servir en casa del teniente Ivers, Intendente del Regimiento 94º
(Scoth Brigade), que estaba acuartelado en el famoso castillo de la
ciudad. Fue aquí donde conoció al cabo James Reston, bien educado, de
apariencia atractiva y maneras agradables, con quien se desposó el 31 de
marzo de 1795. Poco después de la boda, el 94º recibió la orden de
embarcarse para las Indias Orientales; pero James, que pronto ascendió
al grado de sargento, quedó en su país en el servicio de reclutamiento
por espacio de trece años, durante los cuales nacieron del matrimonio
ocho hijos, de los que sólo tres sobrevivieron y alcanzaron la edad
madura.
En 1807, el Regimiento regresó a Gran Bretaña, y,
posteriormente, fue destinado a servir en el extranjero. Cuando el 94º
partió de Aberdeen hacia la isla de Jersey, la señora Reston acompañó a
su esposo. Luego, cuando fue recibida la orden de embarcarse hacia
Portugal, se ordenó que sólo seis mujeres por cada cien hombres pudiesen
acompañar a sus maridos; lo que fue decidido mediante sorteo de unas
papeletas que, proporcionalmente, contenían las expresiones 'to go', o
'not to go' escritas en las mismas. Pocos días después de la arribada a
Lisboa, el 94º recibió la orden de partir para una expedición que se
mantuvo en el mayor secreto, siendo transportado por mar a la Bahía de
Cádiz, atendiendo a la demanda de ayuda que había efectuado la Regencia
Española. Cuando la fuerza aliada desembarcó en febrero de 1810, los
franceses ya eran dueños del territorio circundante, con la excepción de
la Isla de León y Cádiz, que estaban bloqueadas por tierra. Al 94º le
acompañaron el 79º Regimiento (Cameron Higlanders), el 2.º batallón del
87º Regimiento Irlandés (Royal Irish Fusileers), y dos compañías de la
Artillería Real. La fuerza expedicionaria se halló al mando del
mayor-general William Stewart, un militar querido y respetado. En días
posteriores, estas unidades fueron reforzadas con otras procedentes de
Gibraltar y Portugal, y también llegó el teniente-general Graham como
comandante en jefe. Entonces, el mando aliado decidió reocupar el
castillo de Matagorda que se había destruido en parte y abandonado ante
el avance de las tropas napoleónicas. Para ello, se preparó una acción
conjunta, consistente en un desembarco nocturno de fuerzas británicas
apoyadas por fuerzas marítimas españolas; operación que se efectuó con
las mayores precauciones para no alarmar a los franceses, y que culminó
exitosamente. Cuando llegaron a la fortaleza, los nuevos ocupantes la
encontraron con su fachada marítima completamente demolida, y con las
otras más o menos en ruinas. La construcción a prueba de bombas la
hallaron casi destruida, y en lo que quedaba no existía espacio para
albergar siquiera la mitad de los hombres. La guarnición original estuvo
formada por el capitán Archibald MacLaine, como comandante del fuerte,
los alféreces Cannon y Scott, y 67 entre suboficiales y soldados,
escogidos de entre los primeros de cada compañía del 94.º; 25
artilleros, al mando del teniente Brereton; 25 infantes de Marina; y 25
marineros, a las órdenes de George Dobson, guardiamarina del navío
Invencible.
Siete semanas después de la arribada de las primeras tropas
británicas procedentes de Lisboa, las mujeres y los niños que las
acompañaban, y que habían permanecido en Portugal, recibieron la orden
de juntarse a las mismas. Cuando la señora Reston llegó a Cádiz, supo
que su marido había sido destacado para la defensa de la aislada
posición de Matagorda, y decidió compartir con él los peligros. Solicitó
un permiso para trasladarse al mismo, y lo obtuvo en unión de otras dos
mujeres. Agnes llegó al fuerte llevando consigo a uno de sus hijos de
cuatro años de edad. Y, como la posición, no contaba con alojamientos
suficientes para toda la guarnición, ella se albergó en uno de los
cobertizos que los soldados habían levantado junto a los parapetos.
Desde que comenzó el terrible ataque de la artillería francesa
sobre Matagorda en la madrugada del 21 de abril de 1810, la señora
Reston se condujo en medio del peligro con el mayor valor y el más
encomiable coraje. Dejó a su hijo en la construcción a prueba de bombas,
y se dedicó a ayudar al cirujano, trasladando a los heridos y
curándolos; manifestando una actitud que fue descrita por todos los que
fueron testigos como merecedora de la mayor alabanza. Cuando las bajas
aumentaron y faltaron las vendas, ella hizo uso de su propia ropa y de
la de su familia para confeccionarlas. En cierto momento, el cirujano
ordenó a un tambor de la batería que trajese agua del pozo; pero el
joven quedó paralizado por el miedo ante el horrible fuego enemigo. Sin
dilación, la valerosa señora Reston se dirigió a sacar el agua y, cuando
bajaba el cubo en el pozo, un disparo de cañón cortó la cuerda. Con una
entereza enorme, la mujer demandó la ayuda de un marinero que se las
arregló para recomponer la situación, y fue así como ella pudo regresar
con el suministro demandado. Además de esta acción en la que demostró
tanta valentía, colaboró con la tropa trasladando municiones y sacos de
arena, que ayudó a colocar en las brechas abiertas por los disparos de
la artillería napoleónica; animó a los hombres en la acción; y les
suministró vino y agua durante el combate. Cuando del fuerte se sacaron a
las mujeres y a los niños para ponerlos a salvo, Agnes decidió
permanecer en el mismo y no salió hasta el último momento, cuando la
situación llegó a ser insostenible y los sobrevivientes fueron retirados
en los barcos de la flota. Otra muestra del dominio de sí misma, y de
su intrepidez, lo dio la señora Reston cuando el fuerte dejó de disparar
y los franceses hicieron avanzar una columna. En tan crítico momento,
los británicos se aprestaron a recibir a la fuerza enemiga en sus
posiciones de la arruinada fortaleza. Y allí se halló la Heroína de
Matagorda, en primera línea y afrontando el peligro como los demás. En
el momento del abandono, la señora Reston realizó otra manifestación de
su valentía al recorrer por tres veces el interior del fuerte, para
tomar las pertenencias de su marido y las suyas propias, en medio de los
tiros y de la metralla del enemigo. Lo último que hizo fue ir a recoger
a su hijo, que se hallaba en el edificio a prueba de bombas,
trasladándolo con su cuerpo doblado para protegerlo del peligro. Al
conocer el excepcional comportamiento de la mujer del sargento Reston,
el teniente-general Graham la comparó con Agustina la de Aragón,
expresando que si el valle de Zaragoza se enorgullecía de tener una
heroína en esta guerra, igualmente podían hacerlo ya las montañas de
Caledonia. Mas, a pesar de estos y otros elogios que le fueron
dirigidos, Agnes no recibió gracia ni recompensa alguna por las acciones
referidas.
Más tarde, el 94º regresó a Portugal, defendiendo las líneas
fortificadas de Torres Vedras, y la señora Reston se reintegró a
Escocia. Su marido no volvió a reunirse con su familia en Glasgow hasta
enero de 1815. Cuando se retiró del servicio, después de más de
veintidós años en activo, recibió una pequeña pensión de un chelín y
diez peniques al día. Desgraciadamente, cuando el marido falleció en
octubre de 1834, la pensión murió con él y su viuda se encontró en la
mayor indigencia. De nuevo, Agnes tuvo que recurrir al servicio
doméstico para sobrevivir, además de actuar, en ocasiones, como
cuidadora de enfermos. Después de sufrir un accidente que lesionó su
brazo derecho, hasta el punto de quedar inhabilitado para sus
ocupaciones habituales, no le restó otro recurso que el proporcionado
por el asilo o Casa de los Pobres; pero, gracias a la intercesión de
algunos amigos, el 12 de octubre de 1835, la Heroína de Matagorda fue
ingresada en el Hospital de la ciudad de Glasgow, más en calidad de
cuidadora de enfermos que de mendiga.
En 1843, un periodista del Glasgow Citizen visitó ocasionalmente
el centro donde conoció a la señora Reston, quien le narró los
acontecimientos ocurridos en la defensa del fuerte de Matagorda, que él
publicó en su periódico del 12 de agosto. El 5 de septiembre siguiente,
el prestigioso The Times de Londres recogió noticias sobre la heroína,
que volvieron a aparecer en el mismo hasta en siete ocasiones más entre
los años 1843 y 1844. Los lectores quedaron gratamente sorprendidos al
conocer su hazaña. Se solicitó al Gobierno una pensión para que pudiese
pasar el resto de su vida sin dificultades económicas; pero la
contestación fue negativa, alegándose que no existían fondos previstos
para tal fin. Seguidamente, y por iniciativa privada, fue abierta una
suscripción pública. Entre las aportaciones figuraron las de la Reina
Victoria y la Reina viuda Adelaida; si bien, la mayor parte de las
mismas fueron efectuadas por militares retirados, en particular por
oficiales del Regimiento en el que había servido su marido. Con el
capital recolectado, se le aseguró una renta vitalicia de treinta libras
al año, lo que le hubiera permitido llevar una vida independiente. Sin
embargo, ella prefirió permanecer en el hospital, abonando los gastos de
su manutención y alojamiento. Aquella señora de baja estatura, figura
menuda, finas facciones, modales dignos, y excelente memoria, recordó
durante su dilatada vida las actuaciones que protagonizó en la bahía
gaditana en abril de 1810. Falleció el 24 de diciembre de 1856, y la
noticia de su desaparición fue publicada en el Glasgow Herald dos días
más tarde, cuando fue enterrada.